Estos días de Semana Santa para los católicos del mundo, además de dedicarlos a orar y asistir a ceremonias y actos religiosos, sería muy oportuno para todos, incluyendo a los no católicos, que se destinen a reflexionar sobre los comportamientos que como sociedad estamos teniendo y plantearse si se pueden iniciar transformaciones que lleven a consolidar ambientes más pacíficos, más tranquilos y más sanos; pero además menos violentos y menos agresivos con los semejantes. Habrá que auscultar los roles que se desempeñan, las maneras como se está reaccionando ante las múltiples presiones que impone el diario vivir y si podríamos contribuir y cómo a ser mejores personas.
Cabe preguntarse qué tanto se ha ido acomodando la humanidad a patrones de individualismo y se ha ido olvidando del sentido colectivo en el que está constituida la existencia desde sus inicios, porque para tener vida se necesitan dos. Qué tanto se acostumbraron las personas a recibir y no a dar, a ganar y nunca a perder, a la exigencia de ser exitoso de la mano del dinero fácil y sin esfuerzos, a conseguir poder y reconocimiento sin que importen los medios ni cómo se afecte a los otros. En eso andan muchas personas, pero también líderes mundiales y nacionales que se equiparan con semidioses con capacidad de jugar con la vida y el futuro de sus gobernados a fin de alcanzar deseos, anhelos y ambiciones.
Ese afán desmedido por ganar poder y dinero también está carcomiendo a los pueblos. La violencia que no para en el Catatumbo es un caso concreto, pero tenemos muchos más catatumbos en Colombia, en zonas rurales y también en zonas urbanas desde donde siguen huyendo víctimas acosadas por verdugos armados que están relacionados directamente con los negocios de las drogas y la minería ilegal, y que no están pensando con ello en el bienestar común sino en el beneficio propio. Si cada vez hubiese menos personas que se involucraran con estos violentos, quizás se podría ir reduciendo su impacto en la sociedad y empezaría una recuperación de los territorios.
También es importante considerar durante estos días que en la cotidianidad no debe ser algo tan difícil irse desprendiendo de esas formas de ser que están alimentando la violencia y la agresividad, dentro y fuera de los hogares. Sí es posible quitarse “los guantes” para optar por respuestas humanas mucho más reposadas, más serenas, más tranquilas; pero especialmente más racionales. La sociedad no puede seguir atada a los malos tratos como si fuera un método aprendido desde las familias y ratificado en los procesos educativos, laborales y sociales de los seres humanos.
Los días de esta Semana Santa también deberían servir para repensar en todos estos asuntos, que como católicos sabemos van de la mano de lo que Jesús promulga en su palabra y conocemos de su vida, pasión, muerte y resurrección, porque más valen las buenas obras que mil oraciones; pero también debe ser un ejercicio para quienes profesan otras religiones o son ateos. Independientemente del credo, hay que hacer todo lo posible para bajarle a tanta violencia que está acabando con el mundo.