No se debería permitir que la indiferencia social se instaure para seguir dejando cometer atrocidades como las que le propinaron a Sara Millerey González, una mujer trans que asesinaron el fin de semana al haber recibido una golpiza y ser arrojada a una quebrada en Bello (Antioquia) con los brazos y piernas fracturados que la dejaron inmóvil. Pero además una indiferencia social tan excesiva; porque hubo quienes en vez de auxiliar a Sara, prefirieron grabar este acto violento para hacerlo viral por plataformas digitales. Ambas cosas dicen mucho de lo que estamos haciendo como sociedad, o más bien lo que estamos dejando de hacer para respetar la vida por encima de cualquier ideología.
Se trata de un caso más de transfobia en Colombia. La organización Caribe Afirmativo asegura que este año ya son 25 asesinatos contra personas LGBTIQ+ y la Fiscalía reporta 13 asesinatos contra personas trans en menos de cuatro meses, cuando en todo el año pasado fueron 29. Las personas transgénero han sido las más perseguidas, maltratadas, discriminadas, estigmatizadas, rechazadas, violentadas, marginadas entre todas las poblaciones que se salen del convencional sistema de género que ha regido culturalmente, vulnerando todos sus derechos y la posibilidad de desarrollarse integralmente como cualquier otro ser humano. La Superintendencia Nacional de Salud dijo el año pasado que en Colombia el promedio de vida de una persona trans es de apenas 35 años, cuando para el resto de la población es de más de 70 años.
Se puede no estar de acuerdo con este tipo de cambios sociales, como suele ocurrir con muchas situaciones de la vida en las que se difiere de la posición de otros, pero prima el respeto como individuos que somos todos. Rechazar a alguien por su identificación de género y por su decisión de vida, no es sensato. Del rechazo y el odio que esto puede generar hay un paso bastante corto a cometer actos violentos y demás comportamientos agresivos contra esta población, que tiene que estar en igualdad de condiciones frente al resto de personas como lo señala la Constitución Nacional. No se lo están inventando ahora, ni tiene relación con el mundo moderno, porque trans siempre han existido.
Tanta crueldad no se puede seguir repitiendo contra las personas trans, ni ninguna otra por su identidad de género y ser sexualmente diverso, mucho menos consentir este tipo de actos. Esta semana, en Anserma (Caldas), también se registró un hecho de transfobia. Una joven trans recibió amenazas de una pareja que estaba en el mismo lugar y fue apuñalada en la espalda. La diferencia es que quienes se encontraban en el sitio intervinieron para frenar el ataque y trasladaron a la joven al hospital local. Las autoridades deben investigar y dar con los responsables de cada uno de estos casos para aplicarles la ley como corresponde.
Institucionalmente, desde lo público y lo privado, se deben establecer rutas de atención para las víctimas de este tipo de hechos y sus familias, además tener programas orientados a garantizar derechos y a brindar protección, pero como sociedad e individuos hay que empezar a superar los discursos de odio que impiden la aceptación y la sana convivencia, entre iguales y los llamados diferentes por el hecho de transgredir criterios de género; lo que hay que empezar a transformar si lo que se quiere es tener territorios más pacíficos.