El papa Francisco fue un ejemplo vivo de liderazgo. Su perspectiva humanística, que tanto le luce a países con tan alta incidencia de fenómenos de violencia como Colombia, expresan que el poder auténtico, y el liderazgo que de este se deriva, debe ser colaborativo, fundamentado en el servicio a los demás, en la humildad, en el amor y en la compasión. Manifestó que no se trataba de imponer desde el poder, sino de conectar con el corazón y las convicciones. El tiempo actual, de tanta incertidumbre y agobios por guerras, cambios climáticos y conflictividad social y política, demanda líderes pacíficos, respetuosos, tranquilos, comprensivos, sensibles, con elevado nivel de conciencia que les brinde la capacidad de dejar de ser parte del problema y pasen a ser parte de la solución.
Quienes fueron elegidos para administrar lo público y quienes ocupan posiciones en los poderes del Estado son los primeros llamados a adoptar estas sanas formas de liderazgo, pues además de particularidades legales relacionadas con su función, consciente y voluntariamente han decidido dedicar su vida al servicio público. Es inadmisible un gobernante que ejerza de manera imperiosa, tirana, despótica; que se niegue a entender que el ejercicio de lo público debe ser abierto y participativo, y si lo hace, que sea a regañadientes y por cumplir un requisito; que no trate bien a sus colaboradores y busque imponerse sobre ellos; que no escuche razones, ni consejos, ni se deje asesorar; que se cierre para recibir críticas y solo admita elogios; que se aisle de ciertos sectores sociales, porque no tiene tiempo para ellos, y solo se rodee de sus más cercanos para que le repitan lo que él quiere o de quienes le convenga desde lo político.
Liderazgos como esos, que lamentablemente son frecuentes en la ciudad y el departamento, solo conducen a resultados negativos a la hora de administrar, a que las acciones no tengan el efecto positivo esperado, se trunquen los planes trazados y las consecuencias las asuman las comunidades. La primera pérdida es la cohesión de un equipo de gobierno, pues es muy difícil sostener el entusiasmo por el trabajo cuando se tienen jefes tiranos y eso se empieza a notar en el desánimo y desgaste de los coequiperos.
Las mejores capacidades institucionales se construyen con equipos motivados, inspirados, comprometidos y talentosos. Y la posibilidad de sacar el mayor potencial depende de la aplicación de nuevas formas de liderazgo. Bastante difícil lidiar y hacerles frente a líderes nacionales y mundiales como para sumarle gobiernos absolutistas en lo territorial. Es un buen momento para hacer un alto en el camino, evaluar los estilos y las formas que se están empleando.
Gobernar no es nada fácil y no basta con ser un buen ejecutor de recursos. Los tiempos actuales exigen transparencia, honorabilidad, buenas formas, pues solamente así se logra la consistencia mínima para inspirar a los equipos y con ello empoderar a las comunidades y avanzar en la construcción de una mejor sociedad. La sociedad, más temprano que tarde, exigirá los más elevados estándares de liderazgo, pues es evidente que más de lo mismo resulta insostenible.
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