La muerte del papa Francisco entristece al mundo, no solo al católico, sino a quienes desde todas las orillas de pensamiento y credo estamos convencidos de que la humildad, el servicio, el amor y la comprensión son la base de la solución para la mayoría de los problemas que enfrenta la humanidad. El cardenal Bergoglio llegó al Vaticano para conciliar, para decir palabras incómodas y tomar posiciones críticas, para construir puentes entre las distintas iglesias, para tratar de corregir algunos pasos de la Iglesia, para acoger a los menos favorecidos, para encarnar la más auténtica misión cristiana contra la desigualdad. Con su partida deja un muy bonito legado que la humanidad espera que se conserve para que la humildad deje de ser tan exótica y más bien se establezca como condición cristiana, conforme al mandato de Jesucristo.
Este papa en una profunda y sentida expresión de consistencia le recordó desde el primer día a los prelados y a todos los representantes de la Iglesia la importancia de vivir con sencillez, con honestidad, en favor de los más necesitados y privilegiando a quienes menos tienen. Sus llamados de atención a todos los católicos y también a gobernantes, a empresarios y al mundo en general para que hubiese mayor igualdad; sus mensajes y, sobre todo, sus acciones inspiraron a millones de personas que encontraron en él la voz de la esperanza en este, un mundo crispado.
Durante su apostolado publicó cuatro encíclicas escritas con tal suavidad que facilitaron la conversación con buena parte de la humanidad. Destacamos la publicación de Laudato si’ (Alabado seas), como un llamado a respetar el medio ambiente, una lección para la comprensión de los tiempos que corren y de cómo es necesario cuidar la casa común, el planeta; entender que lo que le estamos haciendo a la Tierra con las maneras del desarrollo es no comprender que estamos al cuidado de este lugar y nuestra obligación cristiana es hacer todo para que la vida siga siendo posible. En un lenguaje sencillo, profundo y hermoso le escribió al mundo sobre la fraternidad universal y la amistad social en la encíclica Fratelli Tutti (Hermanos todos) como una súplica para construir igualdad social en derechos, deberes y dignidad; preservar una cultura basada en el perdón y la reconciliación. Francisco era un hombre que entendía los signos de los tiempos y tal vez esa fue su mayor cualidad y gran capacidad.
Después del particular ejercicio del papado de Jorge Bergoglio, se espera que haya comprensión entre los electores de su sucesor de la importancia que tiene el poner en ese cargo a personas que entiendan que la Iglesia es obras y ejemplo. Que es tiempo de comunión con los otros. Que muy bien le sienta a este agitado planeta una buena dosis de humanismo y pragmatismo como para darle continuidad al apostolado de este gran hombre.
Habrá quiénes evaluarán las labores del papa Francisco por lo que no concretó, pero desde aquí resaltamos y lo admiramos por tantas y tan profundas lecciones y también por los cambios relevantes no solo en algunas de las congregaciones, en el mejor trato para las religiosas, en organizar la casa frente al opaco desempeño de las entidades adscritas al Vaticano y en ser claro frente a los abusos cometidos por miembros de la Iglesia, con total rechazo y rodeando a las víctimas. En fin, un papa que será amado y recordado por generaciones, especialmente por su coherencia y humildad.
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