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Una súplica por la inocencia perdida
Señor director: 

Colombia genera noticias tan ridículamente ciertas que producen escalofrío, rabia e impotencia. Corrupción, ineficacia gubernamental, masacres, desplazamientos forzados, cultivos ilícitos, homicidios selectivos, reclutamiento de menores, trata de personas, atentados contra el medioambiente y un sinnúmero más de flagelos. Sin embargo, hay una herida que duele mucho más: la violación sistemática de los derechos de los niños, tragedia que amerita un grito colectivo. Son actos oscuros de mentes retorcidas que irrumpen el mundo infantil, para descargar sobre ellos sus pasiones, aberraciones, odios y venganzas. Los niños pierden su inocencia, alegría y ternura, y reciben a cambio tristeza, llanto, dolor y muerte.
Las cifras son escalofriantes. Según reportes globales, 400 millones de niños en el mundo son sometidos a una disciplina violenta. En Latinoamérica, dos de cada tres infantes sufren castigos físicos o psicológicos. En Colombia, 375 menores han sido asesinados este año, y para enfrentar estos crímenes surgen propuestas defendidas por algunos congresistas como la cadena perpetua o la pena de muerte, para los responsables. La vulnerabilidad de los niños los convierte en presas fáciles, pero su viacrucis no siempre se inicia en un callejón oscuro o en un ambiente externo y hostil, sino donde deberían sentirse más seguros: su propio hogar. Apenas despertando a la vida, Santiago fue secuestrado y asesinado por su padre, quien ignoró su tierna sonrisa que acompañó de la palabra papá, antes del crimen. Darwin Felipe Beltrán asesinó a golpes y puñaladas a sus hijos de 4 y 7 años como venganza por celos hacia su pareja, y el filicida dejó una nota perturbadora junto a los pequeños: “Los amo”.
A Clara, de solo 5 años, la reclutó la guerrilla y luego las autodefensas, prisiones donde aprendió su triste lenguaje. Allí fue víctima de violaciones constantes y obligada a abortar, a golpes, en dos oportunidades. Ahora, con su hijo sobreviviente, intenta recoger los pedazos de una infancia rota y perdida. Estos actos de barbarie ensombrecen la historia de la humanidad, y las voces de las víctimas validan los episodios que parecen sacados de una película de terror. Pero no son ficción, sino la cruda realidad.
En un mundo mezquino, cruel e indiferente, los niños siempre estarán en riesgo. Solo deseo que algún día su dulzura e inocencia contagien los corazones humanos y que su ternura y fragilidad sean motivo de protección, y no de tragedia. Ojalá les demos la oportunidad de disfrutar de su vida juguetona, risueña y traviesa.
Orlando Salgado Ramírez.

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